El fin de semana pasada, fui al Rastro por primera vez, y era una experiencia emocionante y abrumadora. Había oído muchas críticas diferentes del Rastro antes de ir. Algunas me dijeron que a ellos se lo gustaba, pero muchas me dijeron que no era tan divertido que creían antes de ir. Por eso, tuve pocas expectaciones y de verdad, no sabía si valdría la pena madrugar. A causa de que mi compañera de cuarto insistió que fuéramos, reticentemente decidí que ir, pero ahora, me alegro mucho de que lo hice. Desde el momento en el que nosotros desembarquemos del metro, estaba rodeada por gente. Ya había una multitud de personas diversas, hablando en lenguajes distintas y empujándose para conseguir la ventaja sobre las otras en llegar a las tiendas. Cuando llegamos a la calle, dimos una vuelta y allí ya encontramos la primera tienda. Embobadas por la cantidad de ropas bonitas y baratísimas, inmediatamente hicimos nuestras primeras compras, y desde allí, nos enamorábamos del Rastro. Andamos por las calles mirando a cada tienda, y nos quedábamos indecisas en que debemos comprar. Después de pasar por muchas tiendas, encontramos lo que me interesó lo más, la calle de arte. La calle, situada en una colina, estaba llena de artistas sentados en quioscos desde los que vendieron su propio arte. Para mí, este me parecía lo más auténtico porque en lugar de vender ropa o baratijas con poco valor más que el material, esos artistas estaban vendiendo sus propias obras las que crearon con sus propios manos. En cada quiosco, había pinturas, dibujos, retratos, y esculturas distintas que retrataban algo de la cultura de la cuidad, imitaban artistas famosos, o mostraban naturaleza en una manera verdaderamente impresionante. En esta calle no solamente eran las cosas que eran diferentes, sino que la gente también. En las calles principales estaban compradores andando rápidamente y atestando las barracas, pero en la calle del arte, los compradores me parecían más maduras y mayores, y el comportamiento cambió. En vez de atacar los quioscos, se podía mirar las obras con tranquilidad, respetándolas y dándose cuenta de sus valores y su belleza. Para mí, una cientista, no suelo disfrutarme del arte. El ver el arte en una forma más tosca me resulta mucho más interesante que verlo en un museo, y por eso, era una experiencia cultural que en una manera cambió mi percepción del valor de arte.
Taylor, me parecía interesante tu comentario sobre el hecho de que eres una cientista y no sueles disfrutarte del arte, pero sí te divertiste del arte en el Rastro. Creo que un aspecto muy útil de vivir como extranjero en esta ciudad es que te obliga hacer cosas que anteriormente nunca habrías hecho ni probado. ¡A veces nos sorprendemos! -Krista White
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