Cuando pienso del cuento “La novela en la tranvía,” por B.P. Galdós, y recuerdo todos los encuentros raros que tuvo el protagonista, yo puedo ver las semejanzas entre sus encuentros en la tranvía, muchas veces aleatorios y desagradables, y los míos en el metro, que a veces son molestosos o raros.
En los dos casos hay los pasajeros extraños que hablan a si mismos o que intentan a comenzar una conversación con un desconocido, y siempre hay los que molestan a los alrededor de él por entregar en su espacio privado con un pie sobre pie o una mano en la cara, u otro miembro del cuerpo invasor. Los pasajeros que no hablan, o que solo hablan con amigos, parecen estar envueltos en sus mundos propios, especialmente los que leen un libro o tienen los articulares ya puestos. Sin embargo, la mayoría está viendo a los otros grupos de personas, desde los rincones de los ojos, manteniendo una conciencia visual de todo su medio ambiente mientras van en el carro. Lo que pasa con esto es que los pasajeros, aunque no tomaron la tranvía ni el metro sólo para observar a otras personas, no pueden apartar la vista de los que se le acercan. Es un hábito de los seres humanos siempre estar conciente de los en el área acerca. También, los seres humanos hacen sentido de sus situaciones y acontecimientos diarios por tratar de entender mejor sus alrededores y las creaturas que los inhabitan. Cada día es un laberinto de señales diferentes, humanos, mecánicos, y de la naturaleza; hoy en día, y especialmente en la ciudad, esta cantidad es mucho más ampliada porque el ritmo se ha acelerado y todo ocurre de modo mucho más rápido. Entonces, hay que estar siempre listo para todo.
Mientras algunos aspectos de las interacciones son muy semejantes, como el observar, hablar, molestar, y más, hay otros que no entiendo desde el punto de mis experiencias. Por ejemplo, hoy en día es raro ver una persona trabajando en el metro o en un autobús. No hay mucho espacio para hacerlo, y ya no hay mesas o coches separados para sentarse y estirarse y comenzar un trabajo. Sólo puedes ver, a veces, una persona chequeando su móvil, leyendo un libro o hojeando un periódico. El ritmo del viaje es mucho más rápido y no hay mucho sentido en empezar algo complicado. También, porque es más rápido, la gente enfoca más en sus destinos y no en la otra gente o en buscar una manera para pasar el tiempo; y, el viaje es mucho más suave porque el metro corre sobre una férrea de hierro y no es arrastrado por caballos.
Para concluir, hay mucho del metro que le parece a la tranvía pero también, especialmente a cause de los cambios de la época, hay muchas diferencias. La cosa más interesante que me ha ocurrido en el metro fue el robo de mi monedero; el robo fue de una manera tan hermética y insospechada que no sabía lo que me estaba pasando. Otras veces, he tenido el placer de ver a unos músicos tocando instrumentos para dinero, como el xilófono y el teclado.
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