En su obra “La novela en el tranvía,” Benito Perez Galdós considera como los transportes públicos forman nuestra percepción de la ciudad y determinan nuestras relaciones interpersonales. Y, aunque Galdós escribió esta novela en 1871, cuando el tranvía era un modo de transporte nuevo, las conclusiones que saca el autor ya resuena con respeto al transportes contemporáneos.
“La novela en el tranvía” se trata de las experiencias de un hombre que viaja por la ciudad de Madrid en tranvía. Al principio de la novela, el protagonista se encuentra con un amigo, señor don Dionoso Cascajares de la Vallina, quien le cuenta al protagonista una historia trágica sobre una Condesa. Inicialmente, al protagonista no le interesa esta historia ficticia, pero, con el paso de tiempo, se convierte consumido por la historia. Él confunde la realidad de sus experiencias propias con la fantasía de la historia, mezclando las dos en su mente. Esta confusión es empeorada por el movimiento “pausado y monótono” del tranvía, lo cual le causa el mareo. Al final, sus percepciones de ambos la ciudad y los otros pasajeros son totalmente distorsionados. Según mis interpretaciones, la suerte del protagonista es un comentario crítico de las nuevas tecnologías de transporte. Aunque estas tecnologías nos permiten viajar a un lugar al otro de manera rápida y eficiente, es necesario que nos demos cuenta de sus efectos.
Como un pasajero del metro de Madrid, he observado una paradoja inherente en el modo transporte: aunque el metro es un lugar en que nos encontramos un montón de personas, no es un lugar en que relacionarnos socialmente. Al contrario, es un lugar que, en función, prohíbe interacciones interpersonales. Por ejemplo, cada mañana, yo cojo el metro a la misma hora para ir a la universidad. Y, cada mañana, me encuentro con los mismos pasajeros quienes están en camino al trabajo o escuela, pero nunca hablo con ellos. Al contrario, siempre leo un libre o escucho a música para distanciarme de los otros pasajeros y ellos hacen el mismo, como es la norma social. De esta manera, nunca se suceden interacciones significativas, sólo cruzamos unas palabras cortés como “perdón” y “gracias.” El metro moderno ocluye la socialización más profunda.
Además, el metro distorsiona nuestras percepciones del paisaje urbano. La ciudad de Madrid consiste en un sistema complejo de carreteras. Pero, al viajar en metro, no tenemos ningún sentido de como se conectan las calles uno al otro para formar la ciudad en su conjunto. Por otra parte, el metro nos distancia de la realidad de la ciudad. Al caminar por la ciudad, se puede llegar a conocerla mas íntimamente, tanteando el terreno. Pero, el metro nos permite este tipo de conexión con la ciudad de Madrid y los ciudadanos. Al fin y al cabo, los peligros de la tecnología de transporte que Galdós nos advierte en su libro, todavía existen y todos tenemos el deber de reconocerlos.


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