jueves, 29 de septiembre de 2011

Los transportes y sus pasajeros por Aubree Dinning

El cuento “La novela en el tranvía” por B.P. Galdós provee una anécdota sobre los métodos de transportes durante el siglo XIX, y asimismo de las interacciones entre los madrileños de esta época.  A lo largo del cuento (lo cual seguramente no adhiere a una ocasión normal) muestra el narrador y sus relaciones con los varios pasajeros con quienes comparte su viaje en tranvía.  Un aspecto del cuento que para mí hoy en día todavía existe es demostrado en el episodio con la mujer inglesa. 


Durante casi todo de su viaje el narrador involuntariamente invade el espacio de ella—con sus libros, con su cuerpo.  En ella la invasión crea un sentido de hostilidad que proyecta hacia él hasta el punto de gritarle.  Me queda interesante, el asunto de compartir espacio público.  Hoy podemos ver ejemplos de éste  en cada modo de transporte.  Lo interesante es la paradoja de reclamar un espacio propio en un lugar que en realidad no es suyo, sino es compartido por todos.

Esta noción se muestra obviamente en el metro de Madrid cada día.  Por lo general, nadie habla en el metro; para mí es raro oír algo dicho durante mi viaje.  Los desconocidos están absortos con su deseo de mantener su espacio como su propio, y asimismo no intentan a violar a los límites del espacio de otra persona, ni por hablarle ni saludarle.  Sólo me interesa porque me parece que—debido al hecho que tanta gente hacer uso del metro y defecto a la abundancia de pasajeros y la frecuencia con que lo usan—deba existir más interacciones y fraternidad entre la gente, especialmente ellos que habitualmente viajan por la misma ruta.  Son compañeros en su viaje, y por eso tienen algo en común. 


Aparte de todo de éste, tuve una experiencia contradictoria el otro día mientras regresando a casa por metro.  Un hombre me acercó para preguntarme dónde estaba un andén particular, y por coincidencia teníamos que ir al mismo lugar; por eso anduve con el por un rato y nos subimos al mismo tren.  A lo largo de esta experiencia, mantuvimos una conversación como si fuéramos amigos.  Me preguntó sobre mi estancia en España, de dónde soy, los idiomas, y me enseñó algunas palabras francesas y alemanas, porque sabía bien los dos.  Después de irnos en nuestras propias direcciones, me sonreí y me sentí contenta por el resto de mi camino.  La conversación e interacciones personales son partes importantes de la vida que deben ser disfrutados por todos.  No sé por qué el metro se ha puesto un lugar solemne y pensativo, pero todos beneficiarían si se rompieran las “reglas” no expresadas y el ambiente se pusiera más relajado. 



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