El cuento “La novela en el tranvía” por B.P. Galdós provee una anécdota sobre los métodos de transportes durante el siglo XIX, y asimismo de las interacciones entre los madrileños de esta época. A lo largo del cuento (lo cual seguramente no adhiere a una ocasión normal) muestra el narrador y sus relaciones con los varios pasajeros con quienes comparte su viaje en tranvía. Un aspecto del cuento que para mí hoy en día todavía existe es demostrado en el episodio con la mujer inglesa.
Durante casi todo de su viaje el narrador involuntariamente invade el espacio de ella—con sus libros, con su cuerpo. En ella la invasión crea un sentido de hostilidad que proyecta hacia él hasta el punto de gritarle. Me queda interesante, el asunto de compartir espacio público. Hoy podemos ver ejemplos de éste en cada modo de transporte. Lo interesante es la paradoja de reclamar un espacio propio en un lugar que en realidad no es suyo, sino es compartido por todos.
Esta noción se muestra obviamente en el metro de Madrid cada día. Por lo general, nadie habla en el metro; para mí es raro oír algo dicho durante mi viaje. Los desconocidos están absortos con su deseo de mantener su espacio como su propio, y asimismo no intentan a violar a los límites del espacio de otra persona, ni por hablarle ni saludarle. Sólo me interesa porque me parece que—debido al hecho que tanta gente hacer uso del metro y defecto a la abundancia de pasajeros y la frecuencia con que lo usan—deba existir más interacciones y fraternidad entre la gente, especialmente ellos que habitualmente viajan por la misma ruta. Son compañeros en su viaje, y por eso tienen algo en común.
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